Autora: Itala Posadas Gutti
Hace un año tuve la oportunidad de viajar a la provincia de Mazamari-Junín como parte de un voluntariado en la universidad. Visitamos la comunidad Ashaninka de Cañete y caminando entre las viviendas, encontré un espacio donde quemaban la basura, en mayoría plástica, con la que ya no sabían qué hacer. Consultando con las autoridades y pobladores locales, se pudo resumir la problemática en que, primero, el camión de basura llegaba a la zona una vez por mes dada las complicaciones geográficas para llegar desde la ciudad y, segundo, como el plástico se rehúsa a degradarse, la solución más “viable” era incinerar esta basura cada tantos días que se va acumulando. Es interesante pues ver cómo la problemática de los residuos y el plástico es más amplia de lo que a veces podemos plantear.
La existencia del plástico se remonta a inicios del siglo XX, en que recién se empieza a experimentar con versiones primitivas del plástico que conocemos hoy en día. Este material es algo con lo que aun a las realidades occidentales nos está costando lidiar. Un componente cuya producción demora minutos, pero la descomposición, miles de años. En la sociedad de consumo de hoy en día, estas características han sumado para una generación de residuos exuberante. Es verdad que en la búsqueda de soluciones hemos encontrado alternativas. Por ejemplo, los plásticos PET o HDPE, pero aunque los avances son significativos, quedan cortos a un problema que nos supera en número pues hemos llegado a un punto en que los plásticos son indispensables en nuestra cotidianidad. Podríamos decir que se encuentran, literalmente, ¡hasta en la sopa!
En el Perú, es en los últimos 30 años que el plástico adquirió mayor presencia en el país. Con los choques culturales y la movilidad social en incremento, era inevitable que el plástico llegase a las comunidades nativas y pueblos indígenas en algún momento. Somos un país multicultural que, en el proceso de la globalización, estos choques han generado la integración, o asimilación en algunos casos, en aquellos pueblos nativos que se encuentran más cerca a las ciudades donde predomina nuestra cultura occidentalizada. Es curioso como desde la ciudad e ignorancia construimos una otredad bien marcada que nos impide analizar diversas situaciones adecuadamente; en este caso, el fenómeno de los residuos. Es así que, cuando uno imagina “pueblos indígenas”, tal vez se piense en un lugar alejado de la ciudad, “por allá en lo recóndito”, donde “falta civilización”. Recién durante los últimos años, tanto desde la sociedad civil como de los gobiernos, se ha buscado establecer un contacto intercultural con estos pueblos que durante tanto tiempo fueron considerados como “salvajes”.
Es así que, actualmente, desde la sociedad civil podemos reconocer con mirada abierta que estos pobladores realizan actividades de comercio con las ciudades cercanas llevando sus artesanías, cosechas y animales hacia la ciudad, pero también, en sentido contrario, trayendo de la ciudad a sus pueblos, artículos como papel higiénico, cepillos, dentífricos, snacks, entre otros. Al mismo tiempo, desde el Estado se busca establecer una mirada integradora para poder expandir la existencia de servicios básicos como la salud, educación, agua, entre otros, hacia todo el Perú. No obstante, es un camino bastante largo por recorrer y que debe ser tratado con pinzas para lograr una correcta integración y no una imposición que pueda resultar en una asimilación cultural forzada.
Centrándonos en el problema del presente artículo, la forma más primitiva que tenemos en las ciudades para deshacernos de los residuos es embolsando todo y llevarlo con un camión a algún espacio lejano para luego taparlo y esperar millones de años para que se vuelva petróleo de nuevo. Esto no era un problema para los pueblos antes del choque cultural con los plásticos pues todo lo que construían y usaban para satisfacer sus necesidades, era devuelto a la tierra una vez terminada su vida útil. Es verdad que no se degradaban en 5 minutos, pero sí podías ver un avance en la descomposición meses después. No hay una preocupación mayor por los distintos niveles de Gobierno por dar alguna solución. Incluso en las ciudades donde el camión pasa con mucha más frecuencia, hemos normalizado la quema de la basura como la forma más práctica de deshacernos de ella.
Es una locura pensar que en pleno 2024, ni los gobiernos sean conscientes de las consecuencias en la salud pública de la quema de basura o, de serlo, no apliquen políticas públicas para la concientización del problema. Es más fácil apuntar a que “Aquí está prohibido quemar basura. Multa: s/2500.00” a realmente enseñar las consecuencias que acarrea para la salud y el ambiente esta actividad y buscar una solución que ataque las causas reales de la existencia del problema. Sí, la segregación de residuos ,en las zonas urbanas, puede ser parte de la solución pues hay quienes negocian con los papeles, botellas de plásticos y vidrio que ya para el consumidor final no tiene mayor utilidad. Sin embargo, no es el mismo panorama y solución para aquellas comunidades en zonas rurales con pocos habitantes, donde ninguno se encarga de ese tipo de negocio y donde, además, la movilización y los costos para encargarse de eso, son mucho más elevados. Es verdad que el gobierno podría destinar mayor presupuesto para destinar a un reciclador local que pueda hacerse cargo de este tipo de residuos. No obstante, desde mi perspectiva, se debe crear un panorama de diálogo y soluciones con estas comunidades.
Se necesita aplicar la tecnología de la mano con los conocimientos ancestrales que ellos manejan sobre su propia geografía y modo de vida; para que juntos puedan crear soluciones creativas a un problema que viene en crecimiento. Debemos poner en la mira que existen este tipo de problemáticas en espacios donde el gobierno apenas llega. Buscar quizá también llegar desde la sociedad civil, personas con carreras que puedan usarse como un medio para combatir la problemática pueden generar un gran cambio. Solo hace falta compromiso, visibilizar el problema y apostar por ser actores de cambio.
Fotos de mi viaje a Mazamari- Junín